La Habana.- DETRÁS de las grandes hazañas de los deportistas cubanos siempre ha estado la impronta de entrenadores que marcaron época y trascendieron como referentes.
La historia de sus estrellas del boxeo no se pudiera escribir sin mencionar a Alcides Sagarra, ni la del judo olvidando a Ronaldo Veitía. Sería un sacrilegio hablar de voleibol y no hacer referencia a Eugenio George, o de los impresionantes resultados de la Isla en los juegos paralímpicos sin referencias a Miriam Ferrer, la mano que ha conducido hacia la gloria a los mejores velocistas en situación de discapacidad.
Ella, que de joven reinó en las pistas, vive orgullosa de saberse parte de ese ilustre grupo de entrenadores encumbrados. Por eso, cuando la legendaria Omara Durand besó la pista del Estadio de Francia en señal de despedida, después de ganar su onceno título paralímpico, disfrutó merecidamente del resultado de una obra magistral, esculpida con paciencia e inteligencia, pero sobre todo con muchísima pasión.
Más allá de las medallas conquistadas en lides regionales y continentales, de la experiencia en citas universales, Miriam es consciente de que su mejor carrera ha sido moldear con acierto a las figuras que han pasado por sus manos, lo que le ha convertido en una estratega de referencia mundial.
No obstante, a esta habanera lo que más le reconforta es ser reconocida por sus pupilos como una maestra para toda la vida. Incluso, como una madre.
«Un buen entrenador tiene que ser primero un buen maestro, y creo que en eso se ha basado buena parte de mi éxito», reflexiona durante un intercambio con JIT, a propósito de celebrarse en Cuba el Día del Educador.
«A mis alumnos trato de transmitirles todo lo que aprendí en mi etapa como atleta y los conocimientos que adquirí en mi formación como entrenadora. Pero lo fundamental es haber combinado todo eso con la enseñanza de valores y principios, que en definitiva los convertirán en deportistas más completos y en mejores seres humanos», agrega satisfecha.
De esa virtud puede dar fe la propia Omara, a quien asumió como una hija, cuando la santiaguera irrumpió en el panorama deportivo cubano con apenas 15 años. Antes había sucedido con la gran Yunidis Castillo, Luis Felipe Gutiérrez, Ana Ibis Jiménez y Adrián Iznaga, entre otros que pasaron por las filas de la selección nacional de paratletismo.
Confiesa que su gran secreto es haber aprendido a comprender a sus alumnos, “meterse en ellos”, saber qué necesitan en cada momento para que puedan obtener los mejores resultados.
«Uno tiene que convertirse hasta en sicólogo para poder identificar sus estados de ánimo de solo mirarlos. Descubro, por el modo en que calientan, cómo están y si tienen algún problema», expone con orgullo una mujer de carácter fuerte, también amorosa abuela y sobre todo feliz con el camino que tomó en la vida.
Llegar a ese punto ha sido un largo y hermoso viaje, no exento de obstáculos, que le ha demandado un crecimiento continuo, tanto el plano profesional como personal. Mas, a la luz de los resultados, confiesa que se siente dichosa por la oportunidad de haberlo recorrido.
«Ser reconocida por el trabajo que he realizado hasta ahora significa mucho para mí. No ha sido fácil, porque ha implicado muchos sacrificios para superarme cada día ante problemas familiares, de salud, los que he logrado gracias a ese sentido de pertenencia, porque siempre he convertido a mis alumnos en parte de mi familia», asegura.
Miriam reafirma que ama su profesión, «porque, entre otras cosas, me permite transmitir a las nuevas generaciones todo lo que puedo, para contribuir a su formación. Lo asumo como un gran reto que me hace feliz y lo disfruto. A pesar de que no siempre las cosas salen como se planifican, son muchos más los aspectos que quedan. Para llegar a la cima es necesario vencer muchos obstáculos, pero al final eso te hace crecer como persona y como profesional».
Después de tantas experiencias vividas considera como un privilegio preparar a atletas en situación de discapacidad. «Este trabajo me ha dejado muchas lecciones. Ellos me han enseñado a nunca rendirme, a que no hay nada imposible. Junto a ellos me he sentido más capaz, he aprendido a sacar fuerzas de donde no imaginaba, y a siempre trazarme metas superiores. Gracias a ellos he crecido en todos los aspectos, pero sobre todo espiritualmente», sentencia.
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