La Habana.- EL NOMBRE de Cuba fue noticia casi desde la génesis del movimiento olímpico de la era moderna. Apenas cuatro años después de la edición fundacional, disputada en Atenas en 1896, un habanero comenzó a escribir, a base de maestría y audacia, una historia que siempre le tendrá como referente.
Espada en mano, en el París de inicios del siglo XX, Ramón Fonst inscribió su nombre en los libros como el primer campeón de la Isla y Latinoamérica bajo los cinco aros. Sus estocadas, otra vez de oro en San Luis 1904, marcaron la ruta desandada luego por quienes han convertido a la Mayor de las Antillas en una potencia deportiva universal.
Fue precisamente la capital francesa la que acogió en 1924 el regreso de los cubanos al concierto olímpico. Diez esgrimistas, otra vez encabezados por Fonst, protagonizaron ese retorno, que, aunque sin premios, continuó abonando el sendero hacia la gloria.
En Ámsterdam 1928, Cuba solo estuvo representada por el velocista José “Pepe” Barrientos. Y tras no incursionar en Los Ángeles 1932 y Berlín 1936, el pequeño archipiélago volvió al medallero gracias a una pareja de padre e hijo de igual nombre –Carlos de Cárdenas–, que ganó plata en el certamen de vela de Londres 1948.
Sin demasiado éxito transcurrió el paso por las versiones de Helsinki 1952 y Melbourne 1956. Y aunque el vuelco radical comenzaría a gestarse con el triunfo de la Revolución, en 1959, hubo que esperar algunos años más para recoger los mejores frutos.
La idea del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz de convertir la práctica del deporte en derecho del pueblo, y el apoyo asignado a ese objetivo, se erigieron como motor impulsor de una proeza descomunal que terminó siendo admirada en todo el planeta.
La fundación del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder), el 23 de febrero de 1961, constituyó paso clave para dotar de mayor alcance las muchas acciones desplegadas desde la base.
El aporte de miles de activistas, la capacitación de profesores y entrenadores, el acondicionamiento y la ampliación de áreas puestas al alcance de la población, capacidad de innovación, y la creación y resistencia de un pueblo dispuesto a superar el criminal cerco económico impuesto por Estados Unidos y otras agresiones de los enemigos de la Revolución se afianzaron como fortalezas.
A Roma 1960 llegó una docena de cubanos que, si bien no consiguieron medallas, dieron tempranas señales de lo que sucedería en Tokio 1964, cuando en las piernas del veloz Enrique Figuerola –corriendo 100 metros– se fraguara una plata que recolocaría a la Isla en el medallero olímpico.
A partir de ese momento las delegaciones antillanas se hicieron más numerosas. La enviada a México 1968 incluyó a 125 competidores y dejó cuatro subtítulos. La tónica del ascenso se repitió en Múnich 1972, escenario de tres coronaciones, y en Montreal 1976, donde esa cifra se duplicó para que el mundo aplaudiera el octavo puesto en el medallero.
La versión de Moscú 1980 es recordada por una gran actuación, que tuvo como paso inicial la integración de una delegación de 215 atletas con 20 medallas, repartidas en ocho de oro, siete de plata y cinco de bronce, suficientes para un sonado cuarto escaño general.
Pero el salto mayor quedaría reservado para el certamen de Barcelona 1992, luego de no acudir a los de Los Ángeles 1984 y Seúl 1988. En suelo español, y en presencia de todas las potencias económicas del planeta, 190 concursantes encarnaron la dura porfía de que emergió la hasta ahora insuperable hazaña de lograr 31 medallas (14-6-11).
Las citas de Atlanta 1996 y Sídney 2000 fueron pruebas de constancia en medio de condiciones adversas que no impidieron que Cuba ocupara los escaños ocho y nueve, por ese orden, entre los grandes del olimpo.
Muy complejo resultó sostener el paso en tales circunstancias. Después de nueve coronas en Atenas 2004, Pekín 2008 fue expresión de una disminución de los cetros alcanzados –solo tres–, aunque el número de premios fue bueno, con la conquista de 10 subtítulos y 17 metales bronceados.
Londres 2012 significó una mejoría, con cinco lauros dorados, cifra igualada en Río de Janeiro 2016 y superada en Tokio 2020 (7), cuando su representación fue más modesta, pero derrochó eficiencia.
Todo ello como certeza de que a pesar de no pocos obstáculos la solidez de un concepto y la voluntad política de sostenerlo han sido pilar fundamental de tantos logros. Y lo seguirán siendo.
EL MEDALLERO OLÍMPICO DE CUBA
EDICIÓN
|
ATLETAS
|
ORO
|
PLATA
|
BRONCE
|
LUGAR
|
París 1900
|
1
|
1
|
1
|
0
|
12
|
San Luis 1904
|
3
|
3
|
0
|
0
|
4
|
Londres 1948
|
52
|
0
|
1
|
0
|
29
|
Tokio 1964
|
27
|
0
|
1
|
0
|
30
|
C. México 1968
|
125
|
0
|
4
|
0
|
31
|
Múnich 1972
|
140
|
3
|
1
|
4
|
14
|
Montreal 1976
|
165
|
6
|
4
|
3
|
8
|
Moscú 1980
|
215
|
8
|
7
|
5
|
4
|
Barcelona 1992
|
190
|
14
|
6
|
11
|
5
|
Atlanta 1996
|
170
|
9
|
8
|
8
|
8
|
Sídney 2000
|
238
|
11
|
11
|
7
|
9
|
Atenas 2004
|
152
|
9
|
7
|
11
|
11
|
Beijing 2008
|
162
|
3
|
10
|
17
|
19
|
Londres 2012
|
110
|
5
|
3
|
7
|
16
|
R. de Janeiro
|
122
|
5
|
2
|
4
|
18
|
Tokio 2020
|
69
|
7
|
3
|
5
|
14
|
c/
|